Pero incluso en la oscuridad más profunda, la posibilidad de redención y de un nuevo amanecer permanece.
En la quietud del Martes Santo, la historia de Judas Iscariote resuena en el silencio de las almas que buscan comprender la complejidad del corazón humano. Su figura, envuelta en la penumbra del remordimiento, nos invita a mirar más allá del acto de traición, hacia un horizonte de redención posible.
Judas, uno de los doce, caminó junto a Jesús, compartió pan y sueños, pero en un desliz fatal, el brillo del dinero nubló su visión, llevándolo a separarse del camino de luz que una vez eligió seguir.
La soledad elegida es un eco que resuena en las decisiones de Judas. Aislarse fue el principio de un fin marcado por la pérdida de la comunión, no solo con Jesús sino con la esencia misma de su ser.
El orgullo, ese virus del espíritu, encontró en Judas un huésped dispuesto. Infectó su mente y corazón, transformando la amistad en enemistad, la cercanía en distancia insalvable.
La gracia de ser parte del círculo íntimo de Jesús se convirtió en una carga demasiado pesada para llevar, cuando Judas decidió actuar por encima del amor y la entrega, eligiendo un camino de oscuridad y desesperación.
La traición de Judas no fue solo la venta de Jesús por treinta monedas; fue la venta de su propia alma, un terreno fértil para la vida que se tornó estéril, impregnado con la sangre de un corazón roto.
La elección de Judas refleja la dualidad de la existencia humana: la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Cada paso que damos es una decisión consciente hacia una u otra.
Mientras Judas escogió la muerte, los once restantes eligieron la vida. Su decisión de seguir fluyendo en la historia como portadores de luz y esperanza es un testimonio de la fuerza transformadora del amor y la fe.
El Martes Santo nos llama a reflexionar sobre nuestras propias traiciones, pequeñas o grandes, y sobre cómo estas afectan nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con lo divino.
En la penumbra de la traición de Judas, encontramos un espejo de nuestras propias sombras. Pero incluso en la oscuridad más profunda, la posibilidad de redención y de un nuevo amanecer permanece, esperando que elijamos la vida, como lo hicieron los once.
(Este artículo se basa en las reflexiones del Papa Francisco de la catequesis del 12 de junio de 2019).
Fuente: Catholic.net